En Mi Oscuro Relato tú siempre eres el protagonista y es por eso que en esta sección compartiremos distintos trabajos que nos llegan por parte de nuestra comunidad. ¿Tienes algo que deseas compartir? ¡Envíanoslo! a mioscurorelato@gmail.com y nos pondremos en contacto contigo.
¡No te pierdas el trabajo de nuestros seguidores!

Creepy Art
El artista de instagram @ms.artink nos creó esta increíble portada de una niña fantasmagórica escuchando nuestros relatos mediante unos auriculares conectados al libro de Mi Oscuro Relato.

Relatos de ficción
Nuestros seguidores tienen una mente de los más oscura. Sigue bajando y lee algunas piezas que pese a ser de ficción, son de lo más tenebrosas.
Fragmentos del otro lado
Adéntrate en estos fascinantes relatos, que te atraparán desde la primera página

León Mágico y Misterioso
Una visita nocturna en la que descubriremos rincones con historias sorprendentes. Leyendas antiguas, curiosidades, anécdotas y hechos históricos relatados desde otros puntos de vista.

La Saeta - (Enrique Ordaz)
Los errores son como el tabaco, que a diario nos acompañan y por los míos que han sido graves, me vi un día solo, olvidado de mi pasado y de sus gentes, viviendo como un ermitaño tan solo con mi montaña. Perdido más allá del desmonte, en lo profundo de una barrancada, tiritando de frío y miedo, escribo y me despido desde el interior de mi cabaña.
Durante estos años en soledad, el caracol intraterreno, el espárrago de rodeno, los conejos cazados a lazo y la acelga independiente, han sido por la escasa bondad de esta tierra reseca y amarga, las más de las veces, las miserias que me han mantenido: me estoy aún por agradecido, pues ni estas burdas comidas merezco; tales fueron mis pecados que de no ser como es tan misericordioso nuestro señor el altísimo, mi propio hígado debería de haber comido.
La soledad es como una cárcel que no cura, pero castiga y aleja de la gente pía la incómoda compañía de aquellos sátiros que, como yo, aborrecen por defecto de la harmónica compañía. Traicionando a mi familia, así como a la mejor compañera que jamás tuviera la sucia alma mía, movido por la hambrienta envidia, un día forcé de mi hermano a la criatura que él más quería. Descubierto el engaño mi hermano juró negarnos y su compañera, por mí deshonrada, arrojó al río su vida.
Quiero olvidar y no puedo las suciedades de mi pasado y por eso es por lo que destilo y bebo los anises y la mandrágora, la belladona y el beleño; estos mejunjes mezquinos, que me sorben a cada sorbo, han hundido mi cabeza en el estercolero donde encontré mi alma: las sombras me acechan, la nada me habla, las sombras me miran y el pasado, aguanta. No duermo más que a ratos, no vivo ni despierto, ni matarme siquiera puedo pues nací ya en parte muerto.
A las tres de la madrugada de esta no pasada noche recién finada, un murmullo multitudinario se acercó a mis oídos para arrancarme de mi irregular y endeble sueño de enfermo y al abrir la puerta de mi cabaña y asomarme helado de frío a la montaña, pude ver aterrado una santa compaña: cuatro sombras de hombres graves, vestido de luto y que sin pies andaban, sostenían los cuatro pilares de un palio, bajo el cual, un obispo todo hecho de huesos, con la cadencia pesada y segura de un buey maduro se balanceaba. Siguiendo a esta espectral pesadilla, en marcha procesionaria, una no menos aterradora banda, con sus discordes metales y su atronadora caja, interpretaba una saeta desconocida, que sonaba como sonaría la muerte si a la música y no al rapto se dedicara. Se detuvo frente a mí la parada, cesando la saeta macabra, tan sólo timbales y caja continuaron, con sus redobles en suspensión, aquel aullido que era su marcha. El alma del libertino es como la leña de un pino muerto, que de llama pasa a ceniza por carecer de la ascua agradecida, de la brasa continuada que igual calienta que cocina y como en mi pecho la nada anida, por ser mi corazón la mera mecánica del aceite grana, por no tener fe, por no creer en nada, resultó que esta santa compaña, ante mis ojos aparecida, derribó con violencia mis nervios de cabeza perdida…
Casi desnudo y magullado me he descubierto el alba, encogido entre la verdura espinosa, arropado bajo un rocío de escarcha y ya de nuevo en mi cabaña, compongo este texto y albacea, que la escopeta ya espera en mi boca para terminar, lo que mi madre pariéndome empezara.

Un poema a mi amada - (Ismael Requena)
En la penumbra donde la luna muere,
un cazador camina, su alma deshace,
bajo el eco de un susurro que muere,
en la espesura, el viento le arrastra y nace.
Ella, su amada, con ojos de fuego,
ya no es la mujer que en su pecho dormía,
es sombra que danza en la niebla, un juego
de crueles hechizos, de horror, de agonía.
Con su daga de plata, él se acerca al abismo,
la voz de su amor se vuelve un cruel espanto,
un juramento que cortó su exorcismo,
la luz del amor se convierte en un encanto.
Los árboles susurran, su alma se quiebra,
la caza lo consume, ya no hay regreso.
Y ella, con sus manos que el mal celebran,
le susurra en las sombras, su nombre es un beso.
"Te he amado, cazador, mas ahora soy muerte,
mi carne es la bruja que tu alma consume.
Tu vida me pertenece, tu amor ya no suerte,
mi hechizo te atrapa, tu mente se resume."
Entre lágrimas negras, el acero se alza,
y el cazador, con el corazón partido,
desgarra el alma de su amor, que ya danza,
en la oscuridad de un destino perdido.
Ella ríe en la niebla, su forma se disuelve,
y él cae, vencido, en el abismo que emerge.
El cazador es ahora lo que una vez fue,
un eco de amor, que el olvido resuelve.

El descenso de Oren - (Miki P.)
Oren siempre fue un hombre de una voluntad inquebrantable. Desde joven, su curiosidad por lo prohibido lo llevó a estudiar las artes oscuras, leer antiguos grimorios, y buscar respuestas en los rincones más oscuros del mundo. No tenía miedo. En su corazón ardía la certeza de que podía dominarlo todo, incluso aquello que moraba en las sombras.
Una noche, mientras hojeaba un manuscrito olvidado, encontró lo que había estado buscando: un ritual que prometía abrir las puertas del Infierno mismo. Era un hechizo que muchos consideraban un mito, pero Oren no era hombre de leyendas. Creía en el poder de la mente humana, y en su capacidad para desafiar cualquier límite.
“Al infierno se baja sólo si el alma se atreve”, leía una frase en el libro, escrita en un lenguaje antiguo, casi incomprensible. Pero él entendió, como siempre había hecho, y decidió que ese sería su destino.
Se preparó con una meticulosidad que ya había aprendido de sus años de práctica en lo prohibido. Recogió hierbas de la medianoche, susurró palabras que jamás deberían ser pronunciadas por un mortal y, finalmente, construyó un círculo de invocación en el suelo de su casa. Una gruesa vela negra iluminaba el espacio, y el aire estaba cargado de una electricidad ominosa, como si el propio universo esperara el desenlace.
Con un último suspiro, se arrodilló en el centro del círculo y recitó las últimas palabras del ritual.
El suelo tembló. Oren sonrió, sintiendo el poder a su alrededor, como si estuviera tocando las entrañas mismas de la creación.
De repente, la oscuridad lo devoró. Todo lo que conocía desapareció, y lo único que pudo ver fueron llamas rojas, ardientes, que se alzaban desde las profundidades. Su cuerpo tembló, pero su mente permaneció firme. “Nada me detendrá”, pensó.
El aire era denso y espeso, como si cada respiración costara un precio. Pero Oren no vaciló. Caminó entre las llamas, avanzando en un paisaje infernal donde sombras de pesadilla se arrastraban, pero se apartaban a su paso, como si reconocieran la determinación en sus ojos.
Cruzó un puente de huesos, flanqueado por figuras alargadas que susurraban promesas de terror. Cada paso lo acercaba a la fortaleza del Infierno. “Soy el hombre que desafiará a los demonios”, pensaba, alimentándose de su propia arrogancia.
Finalmente, llegó a la sala central. Allí, rodeado de columnas de carne y muros de gritos, estaba él: el Señor del Abismo. Un demonio tan antiguo como la oscuridad misma. Su cuerpo se retorcía en formas incomprensibles, y sus ojos eran dos abismos infinitos que devoraban todo lo que tocaban.
“Has venido a desafiarme, mortal”, dijo la voz del demonio, una resonancia profunda que hacía vibrar el alma de Oren. “¿Qué te hace pensar que puedes vencerme?”
Oren, inmune al miedo, levantó la cabeza y lo desafió: “No soy como los demás. He venido para destronarte, para demostrar que ni el Infierno puede contener a un hombre como yo”.
El demonio soltó una carcajada que retumbó como un trueno. "¿Crees que tienes poder? ¿Que el coraje te bastará para enfrentarte a mí?"
Sin decir una palabra, Oren avanzó, su mano apretando la daga que llevaba consigo, una daga forjada en los secretos más oscuros. La sombra del demonio se alargó como un abrazo mortal.
En ese momento, la furia del demonio se desató. El suelo tembló aún más fuerte, y una ráfaga de energía demoníaca hizo que Oren cayera de rodillas. Las llamas que lo rodeaban tomaron formas grotescas, tomando la forma de sus propios miedos. Criaturas indescriptibles emergieron del suelo, arañando su carne, sus ojos desbordando desesperación.
Oren se levantó, pero algo comenzó a quebrarse en su interior. La arrogancia, la seguridad que le había dado su propia mente, se desmoronó. La verdad golpeó su pecho como un puño: no estaba preparado, no podía comprender la magnitud del poder ante el que se encontraba.
El demonio se acercó lentamente, sus ojos vacíos observando la lucha interna del hombre.
"Te creías un ser superior, mortal", dijo el demonio con voz helada. "Pero hay fuerzas que no pueden ser desafiadas. El Infierno no es para ser conquistado. El Infierno es para aquellos que han caído".
En un último intento desesperado, Oren levantó la daga, pero al hacerlo, la llama infernal lo envolvió por completo, consumiendo su cuerpo y su mente. El Infierno no perdonaba. Y su desafío había sido su condena.
La última imagen que vio antes de que su alma se disolviera en el olvido fue la sonrisa satisfecha del demonio, que sabía que nadie, ni siquiera un hombre como él, podría desafiar el abismo y salir victorioso.
Y así, Oren se unió a los miles que habían intentado lo mismo antes que él: almas perdidas en la eterna oscuridad, condenadas a recordar su temeridad por toda la eternidad.

León Mágico y Misterioso - Álex Colinas
Licenciado en Historia y Guía turístico oficial (Técnico Superior en Guía, Información y Asistencias Turísticas) con inquietudes muy diversas entre las que destacan varias colaboraciones con colectivos dentro del ámbito de la investigación de sucesos paranormales. Como Leonés, mi pasión es diseñar experiencias memorables y amenas a través de las cuales mostrar y dar a conocer León, ciudad bimilenaria con gran riqueza histórica, artística y cultural que guarda y esconde misterios, leyendas y hechos históricos peculiares cuyos personajes durante la noche, tal vez, sigan vagando, por sus oscuras calles.
Contacto
(+34) 666 082 101

La Desdichada - (MS.Artink)
La figura de la mujer se dibuja en la penumbra, un ser quebrantado por las huellas de una vida cruel y despiadada. Su rostro, marcado por cicatrices invisibles, refleja un sufrimiento tan profundo que parece haber devorado su alma. Los ojos, vacíos y hundidos, ya no contienen esperanza, solo un eco distante de lo que alguna vez fue. La mirada, perdida en el abismo, busca respuestas en un mundo que ya no tiene sentido para ella. Los labios, sellados en una mueca de dolor, se abren en un suspiro tan débil que casi se desvanece, como un último intento por liberarse de un peso insoportable.
Su cuerpo, encorvado y débil, habla de una vida de abusos invisibles: golpes no solo físicos, sino emocionales, que la han dejado sin fuerzas para seguir luchando.
En el fondo, la oscuridad parece apoderarse de ella, como si el mundo que la rodea se estuviera disolviendo en un mar de sombras, ofreciéndole, de alguna manera, el último consuelo: el olvido. La tormenta interna que la consume no encuentra tregua, y cada respiración es un recordatorio del peso insoportable de su propia existencia. En sus ojos se refleja la angustia de no saber si es el final lo que busca o simplemente un descanso que jamás llega.
La imagen transmite la tristeza de una mujer que ha sido golpeada por cada uno de los días, que ha visto sus sueños desmoronarse y su corazón desangrarse, y que al final, con un último suspiro, se abandona a la quietud de la oscuridad, deseando encontrar en ella la paz que le ha sido negada en vida.
Ilustración creada por el artista de Instagram; @ms.artink

La Muerte En Sus Ojos
- (MS.Artink)
En el vasto y árido desierto, donde la tierra reseca parece devorar toda esperanza, se alza la figura de una mujer atrapada en la miseria de su propio destino. Su piel, de un tono marrón amarillento por el sol inclemente, está marcada por la sequedad y el desgaste, como si el desierto mismo la hubiera reclamado y le hubiera arrancado toda vitalidad.
Su vestimenta, desgarrada y deshecha, se adhiere a su cuerpo de una manera sombría, mostrando más su fragilidad que su forma. La tela, una vez blanca, ahora es un sucio manto que parece agitarse a la merced de un viento silencioso, como si la mujer misma fuera una sombra que apenas se mantiene de pie entre las dunas.
Lo que realmente aterra, sin embargo, es su mirada. Dos ojos vacíos, profundamente hundidos en su rostro, que reflejan el mismo vacío interminable del horizonte desértico. En ellos no hay dolor, no hay tristeza, solo la fría y mortal quietud de la desolación. Sus ojos parecen vacíos de vida, como si hubieran sido consumidos por la tormenta de su propia desesperación. No hay lágrimas que corran por sus mejillas agrietadas, solo una mirada fija, petrificada, que refleja la llegada de la muerte misma.
Su boca, apenas visible entre las grietas de su piel, se curva en una mueca que no es sonrisa, sino un vacilante intento de desesperanza. No es la expresión de una persona viva, sino la de una entidad que ya ha dejado de luchar, que ha entregado su alma al desierto. La muerte parece haberla abrazado lentamente, tomándola como suya sin prisa ni remordimiento, dejando que se disuelva entre las dunas y el calor abrasante.
El cielo que la rodea es gris, sombrío, una mezcla de colores muertos que solo refuerzan la sensación de que este lugar es un limbo, donde ni la vida ni la muerte pueden hallar descanso.
En su presencia, la misma tierra parece callarse, y la mujer se convierte en una silueta más en la interminable expansión de un desierto que no perdona.
Ilustración creada por el artista de Instagram; @ms.artink
Aquel Lugar que vi - Rafael Sanchez Gavilan

—Tuve un sueño. Ahora os lo voy a contar.
Gonzalo estaba tranquilo en el sofá, desconectando la mente mientras
cambiaba de canal de forma arbitraria y sin sentido. Era tarde, pasando más de
media noche. La ciudad dormía, o casi, pues siempre había ruidos de vehículos
yendo y viniendo. Otros sonidos llegaban desde la calle, pero más difusos. Voces,
insultos, cantos. El canto discordante y anárquico de una ciudad moderna. Gonzalo
empezó a sentir como el suave toque del sueño empezaba a masajearlo. No
tardaría mucho en irse a la cama. Sus ojos empezaron a desenfocar el objeto de su
mirada, así que confundía momentos de lucidez con imaginaciones. Estaba en ese
tránsito incómodo pero atrapante que antecedente al sueño. Ese en el que a veces
no podemos salir, pues si nos echamos a dormir, se nos quitan las ganas. A esto
había que sumarle la escasa luz que tenía en el salón, pues solo dejó encendida la
de la entrada y la propia televisión, así que lo atrapaba una penumbra que invitaba
a abandonarse. Suspiró, notando como sus músculos se relajaban tanto que a
veces le daban tics nerviosos. De repente, por la ventana, vio un fogonazo. Un látigo
de luz instantáneo, que pasó tan rápido que dejó la duda sobre si apareció
realmente o no. Esto trastocó un poco al adormilado hombre, que carraspeó
inquieto. Su vista había captado verdaderamente aquel destello, pero su mente
perezosa no podía definir certeramente si fue auténtico o no. Se removió en su
cálido sofá. Ahora si abrió los ojos, un gesto espontáneo para despejar su duda.
Miró a la ventana, que parecía reírse del tonto asustado. Gonzalo no era plenamente
consciente de lo que estaba haciendo, pero se sabe que la inconsciencia es
también una facción de nuestra identidad, y aunque opera con un sentido distinto
que la conciencia plena, también tiene sus motivos para hacer lo que hace.
Gonzalo pensó que era mejor irse a la cama, pues estaba inactivo pero no
por ello descansaba. Despejó de su mente el tema del destello en el cielo nocturno,
y se convenció de ir a la cama. Se levantó con una pereza inmensa, pero hizo acopio
de voluntad y apagó la televisión. Luego fue a la entrada, donde apagó también la
luz, quedándose totalmente a oscuras. Se dirigió a su cuarto, para descansar
definitivamente y dejar el incómodo bloqueo de una vez. Gonzalo, ahora en la total
negrura, pudo apreciar mejor la imagen del firmamento nocturno. Era hermoso.
Normalmente no miramos al cielo de noche, y las luces artificiales de las ciudades
y los techos de las casa nos impiden relacionarnos con ese lienzo cósmico de
infinitud y misterio. Gonzalo, en ese estado de conciencia trastocada, o expandida,
sí lo apreció. Se acercó al balcón, atraído por la luz parpadeante y glauca de las
estrellas distantes. En silencio, recogido por sí mismo, puso sus manos en el balcón
y miró al vacío del espacio exterior.
Era una imagen hermosa, inefable. Gonzalo se preguntaba qué misterios
habría escondidos en los inmensos mares de vacío exterior. Planetas, asteroides,
nebulosas y cosas aún por descubrir. Los problemas cotidianos parecían una
minúscula tontería, un detalle a pie de página en un libro infinito. Entre todas las
cosas misterios del océano cósmico, una muy cercana observaba casa noche el
mundo a sus pies. La Luna. Gonzalo la miró de frente, admirando su platino
esplendor. Esta noche estaba en fase creciente. Era época de exploración, decían
los astrólogos. Sabios o locos. Quizás ambas cosas. Gonzalo podía ver las
pequeñas líneas grisáceas que formaban los cráteres de la señora de la noche y la
oscuridad. Eran rugosas marcas que bordeaban unos desiertos blancos y
luminosos. Se los quedó mirando.
—¿Qué cosas habrá allí? —se preguntó para sí mismo.
Respiró hondamente. Bajó la vista de la plateada esfera. La ciudad callaba,
o casi. Siempre se oía un coche, las voces lejanas de paseantes nocturnos, o los
golpes que de vez en cuando se daban, ya fueran accidentes u otras cosas. Era una
selva de cemento, electricidad y confusión. Gonzalo se preguntaba cómo se vería
desde la Luna las luces de la tierra. Sería interesante. Se sentó en una de las sillas
que tenía en el balcón. Acurrucado en ella, dejaba la mente en blanco, intentando
no pensar. Casi lo consigue. Casi. Los problemas diarios, las facturas, deudas y
relaciones personales ocupaban mucho en la mente de las personas. Todas las
maravillas que el cosmos o la tierra tuvieran, quedaban opacadas por los ruidosos
pensamientos sobre la propia vida del individuo. Era difícil encontrar respuestas de
esta forma. Teniendo en cuenta que la verdad calla mientras el que debe buscarla
no acierta en su camino.
El soñoliento Gonzalo decidió que era mejor irse a la cama. Echó un último
vistazo a la plateada esfera que flotaba sobre el cielo negro. Le pareció ver un
destello, o un halo de luz. No lo pensó, seguramente era su estado de cansancio y
sueño.
Llegó a su cama, echándose en ella con espíritu perezoso. Se hizo uno con
ella, dejando el mundo de la vigilia atrás. En la oscuridad de sus ojos cerrados, le
pareció ver también puntitos parecidos a las estrellas. Como si tuviera un cosmos
en pequeñito dentro de sí mismo. Con el silencio, vino el sueño. Gonzalo cayó en
los brazos de Morfeo, dejando atrás la mente consciente.
Un tintineo en su visión, una leve sensación de vértigo. De repente, Gonzalo,
o su conciencia astral, se vio a sí mismo tumbado en la cama. No hubo sorpresa ni
miedo, pues ahora se encontraba en un estado diferente al de la vigilia. Miró su
carcasa de carne como quien ve un traje que suele ponerse. Entonces empezó a
deambular. Iba como tirado por algo difícil de entender, una voluntad que era a la
vez suya y no suya. A lo mejor era una voluntad suya pero más extendida, más allá
de la puramente suya.
Se dirigió al balcón. Un punto de su humilde hogar en el que se sentía honrado y
cómodo. Tenía la tranquilidad de quien ha dejado atrás las preocupaciones
mundanas. Pero algo le picaba por dentro, un anhelo de más. Se fijó en la ciudad,
nocturna y peligrosa. Sus paredes eran frías y en algunos lugares sucias. El cuerpo
astral de Gonzalo podía ver con total claridad los puntos de la ciudad en los que
pensaba. Estaba más allá de las limitaciones de la distancia. Recordó la plaza
donde solía ir a caminar los días libres, y de repente la tenía delante. No se
extrañaba ni sentía extrañeza por su cualidad, pues en el estado etéreo en que se
encontraba, podía hacerlo. Habían sido muchas las veces que Gonzalo había
expandido su conciencia más allá de su cuerpo, pero cuando estaba despierto era
difícil recordarlo con tanta nitidez. Las carnes ofrecen unas cualidades a las
identidades que las portan, pero los alejan de otros dones que el Universo ofrece.
No todo el mundo viajaba en el astral, aunque todos en algún momento u otro de la
vida lo harán. La conciencia etérea de Gonzalo sabía esto, como todos sabemos lo
que significa si llegamos a profundizar en nuestra mente. Pero casi nunca lo
hacemos, por lo general.
A la conciencia astral de Gonzalo se le antojó saludar a alguien. Pensó en
esa identidad, y rápidamente la tenía delante. Era una mujer. Su visión en el plano
etéreo era difusa. Una serie de imágenes conectadas en forma y estilo, pero no una
figura concreta limitada y ubicada en un único punto. Era complejo, pero era así.
Ella estaba durmiendo también, pero se encontraba en otro plano y Gonzalo solo
podía ver la sombra que ella dejaba. No podía comunicarse con ella, al menos
completamente. Le dejó un simple roce, un detalle de reconocimiento. Ella lo
recibiría tarde o temprano. El Gonzalo físico no conocía a esa mujer en el mundo de
la carne, pero en el reino onírico tenía confianza con ella. Estaban cerca de
conocerse en el plano material, pero todavía tenían que esperar unos años. Ellos no
lo recordarían con claridad, pero ya eran amigos. El Tiempo en el reino de los
Sueños era una herramienta, no una Ley.
Gonzalo, o mejor dicho su conciencia astral, volvió a su balcón. Esta vez miró
a los cielos. Eran negros como un océano profundo, con las estrellas pintando un
cuadro de inmensa belleza infinita. Desde el estado de conciencia en el que se
encontraba, podía ver las esferas invisibles que se movían por el espacio cercano
al mundo de la Tierra. Eran fugaces destellos de luz acumulaciones de energía y
materia con propósito explorador. Eran hermosos. El cuerpo astral de Gonzalo se
fijó a continuación en la Luna. La Señora de la Noche y el Silencio. Éste título era el
que le pertenecía en el mundo onírico, y sacerdotes de la Antigüedad lo habían
podido rescatar en sueños, durante los grandiosos imperios del pasado, en los que
dominaban los hechiceros y los reyes misteriosos.
La mirada astral de Gonzalo podía ver con más nitidez la superficie de la
Luna. En el plano físico, el satélite se encontraba en fase de cuarto creciente, pero
en el mundo onírico podía verse como si estuviera en Luna llena. El alma astral de
Gonzalo podía ver las figuras rugosas y cambiantes que eran las fronteras de los
cráteres lunares. Eran muchos, del tamaño de ciudades y países incluso.
Gigantescos, y sin embargo, había algo en ellos que no parecía del todo normal. La
mosca de la sospecha, o de la superstición, rondaba las orejas de Gonzalo. Le
gustaba la Luna, no solo como referente de belleza y misterios; sino como centro
místico relacionado con los sueños y los viajes astrales como el que estaba
teniendo en ese mismo momento. En la Antigüedad, decían, era la diosa de la Luna
la que enviaba sus regalos a los hombres en forma de sueños. Era un miró hermoso,
y como siempre ocurre con los mitos y las fantasías, encerraba verdades. El alma
astral de Gonzalo comenzó a percibir los haces de luz plateada como una especie
de trasmisores. Era algo místico, una sensación de magia operando en su propia
experiencia. El cuerpo astral de Gonzalo quiso viajar a través del cosmos, hasta
llegar a la dama de la noche. Normalmente los viajes astrales se hacían con los pies
en el “suelo” y era difícil volar como tal, pero en esta ocasión la mente expandida
de Gonzalo pudo hacerlo. Sintió como levitaba, elevándose en el cielo oscuro de
aquella ciudad amarga y moderna. Era como un ángel de las antiguas leyendas,
volviendo a su hogar celestial. Un nerviosismo difícil de explicar recorrió a la
conciencia astral que era Gonzalo. Iba directo a la Luna, viajando por el aire, sin aire.
Dejó atrás su ciudad y las luces falsas, se elevó por encima de toda España.
Llegó hasta el vacío más allá de la atmósfera. No sentía miedo, pero realmente no
era muy común vivir una experiencia de este tipo a estos niveles. Pero había algo
que llamaba a Gonzalo, rayo plateado que le pedía buscar entre sus arenas frías. La
Luna lo llamaba. Y él fue en su respuesta.
Llegó al plateado reino de polvo y frío. Su sentido de arriba y abajo se adaptó
rápidamente, sin darse cuenta que en el plano físico sería un auténtico trauma para
la mente. El cuerpo etéreo de Gonzalo estaba posándose en las duras tierras grises
de la Luna. El sentimiento de magia era ahora demasiado fuerte, percibiendo de
forma muy intensa las energías de la Señora de la Noche. Era algo apabullante.
Teniendo en cuenta el silencio y el eterno polvo de la Luna, Gonzalo pensó
que no tenía muchas opciones a donde ir, pero comenzó a deambular
simplemente. Grandes cantidades de arena plateada y rocosa, con destellos de
luminosidad de cuando en cuando. La superficie del satélite tenía un aspecto
rugosos, mostrando acumulaciones de sedimentos aparentemente naturales por
todo el lugar. Todo estaba en completo silencio, aunque había unos ruidos casi de
fondo que no podían ser descubiertos y que se infiltraron en la mente de Gonzalo
completamente.
Vagabundeando por los reinos de polvo y frío, el alma astral de Gonzalo quiso
explorar los cráteres gigantescos que siempre le llamaron la atención. Se dirigió a
uno cercano, una hendidura en la tierra grisácea que parecía el fondo de un océano
secado por los milenios. Era profundo, muchos más de lo que Gonzalo podía
imaginar. El fondo estaba envuelto en unas nieblas oscuras que reforzaban la
apariencia de océano. Inspiraba temor y reverencia, pues podía adivinarse la
antigüedad de aquella boca abismal. La conciencia astral de Gonzalo miraba, y
aquello le devolvía la mirada. A pesar de estar en estado extendido de conciencia,
Gonzalo tenía cierto temor a las fauces abismales y nebulosas. A pesar del miedo,
se decidió a penetrar en sus misteriosas profundidades m Normalmente en estado
de viaje astral, los peligros son solo mentales y sutiles, sin embargo en esta ocasión
Gonzalo sentía que aquella oscuridad albergaba cosas peligrosas que podían
dañarlo más allá de un simple susto. Sin pensarlo más, se lanzó a la aventura.
Las nieblas oscuras empezaron a envolverle, serpenteando alrededor de su
conciencia. Era un frío que no influenciaba en la carne, sino más profundamente.
Una especie de aliento gélido que era el padre del frío físico. Su origen, su núcleo.
La conciencia astral de Gonzalo viajó por los huecos hundidos de la Luna,
buscando descubrir sus decretos más ocultos. De vez en cuando, podía ver cómo
destellos pasaban cerca de él, cosas que no eran del todo visibles, pero que se
movían por la negrura como tiburones en el fondo de un océano negro. Buscando
una presa, acechando en las sombras del Reino de Frío y Polvo.
Algo llamó la atención de Gonzalo, una estructura sólida en una de las
paredes de las profundidades. Era una superficie lisa, demasiado lisa para ser
natural. Se acercó a ella, pudiendo observarla debido a su estado de conciencia
expandida. Lo primero que comprobó es que en estado físico era imposible
descubrir esta cosa, pues estaba incrustada en las laderas hundidas y ocultas de
la grieta oceánica. Un detalle importante. Un lugar adecuado para esconderse. Se
fijó en su superficie, totalmente lisa y sólida. Era pétrea, compuesta de minerales
duros y firmes. Parecía grueso, hondo. Seguramente su interior era muy denso, más
como un bloque que como una puerta. Sin embargo, podía encontrar líneas
marcadas y hundidas en sus límites. Como una puerta, o algo similar. Algo también
extraño era que no tenía ningún símbolo o marca que lo identificara como tal o cual
cosa. Ninguna posibilidad de entender su finalidad o si era hecho por manos
humanas. La estructura dejó a Gonzalo en la duda. Intentó, con las fuerzas de su
conciencia expandida, penetrar en el interior de la cosa roca. No pudo. Ciertos
lugares y construcciones eran impenetrables incluso para los cuerpos astrales, y
este era uno de ellos. Sus defensas psíquicas y esotéricas eran fuertes. Alguien
había incluido estás protecciones en su construcción. Eso sí que estaba ya
confirmado en la mente de Gonzalo, aquella cosa era una protección. En su interior,
había algo. Algo que debía ser protegido, desde la perspectiva de los creadores de
esa placa gigantesca.
Ante la imposibilidad de penetrar en la rocosa puerta, la conciencia astral de
Gonzalo dejó de intentarlo. Tenía que aprovechar la oportunidad del viaje onírico
para explorar este reino de gélido gris. Se adentró de nuevo en las nieblas
abismales, entrando aún más en el inframundo de la Luna. Eran sinuosas y
volátiles, una espesa capa de profundidad imposible. Le sorprendía que desde la
Tierra no pudieran saber los misterios que aquí se escondían. Las nieblas eran casi
de la textura del agua. Espesas, densas, más líquidas que completamente
gaseosas. Era difícil definir el estado auténtico en que se encontraban, incluso
posiblemente no entraría en las estrechas calificaciones de los académicos.
Gonzalo estaba rodeado de esa sustancia esotérica. No tenía miedo a la pérdida,
pues en estado de conciencia expandida podía volver a su cuerpo, al menos eso
pensaba. Continuó su viaje en el inframundo gris, sin saber exactamente si estaba
yendo hacia abajo o hacia delante. ¿Cómo saberlo?
Después de varias horas lunares buscando, el cuerpo etéreo de Gonzalo
encontró otra superficie sólida. Era casi del mismo gris que las nieblas, pero mucho
más oscuro. Era un color similar al negro, rozándolo. No era como la losa recta que
encontró con anterioridad. Era una piedra que se elevaba, como el pico de una
montaña. Podía entrever la distancia que bajaba de la roca, pero solo hasta que se
perdía en las penumbras. Gonzalo la miraba con cierta desconfianza, pues parecía
incluso más antigua que las llanuras grises de la Luna. Estaba salpicada de
minúsculos minerales blancos, que se asemejaban a lágrimas cayendo por sus
mejillas de piedra. Era innegablemente húmeda, pero no podía identificar si era
agua lo que la impregnaba u otra sustancia extraña. Pensó en seguir profundizando
en su estructura, pero había algo que le decía que no lo hiciese. Era una vocecita
interna, un consejero mudo pero siempre presente. La conciencia astral de Gonzalo
había pasado límites y había superado miedos para llegar hasta aquí, y estaba
encontrando misterios que quería llevarse al mundo físico. Así que, a pesar de la
precaución interior que su propia mente le señalaba, eligió explorar más aquel Pico
Negro del inframundo.
Bajó por sus laderas, y verdaderamente era una montaña en el fondo de un
océano de nieblas. Su tamaño era mucho mayor de lo que parecía. La materia de la
que estaba compuesta era compleja. Era una especie de roca, pero llena de
diversos sedimentos. El abundante era aquel negro y horrible m pero las gotitas
blancas lo llenaban. Era una montaña en el estómago de la Luna. Como un órgano,
o un cáncer. Su superficie era abrupta, diferente a la puerta. Esta era obviamente
natural y salvaje, no moldeada por manos humanas. O de otra cosa inteligente que
pudiera edificar puertas en un cráter de la Luna.
El viaje astral de Gonzalo estaba siendo muy intenso, muy vívido, pero seguía
estando limitado como todos los viajes astrales lo están. El hilo de plata que
conectaba su conciencia expandida con su cuerpo estaba extendiéndose
demasiado. La cuerda no debía tensarse tanto. Esto era algo que se veía reflejado
en ciertos momentos. Lentitud al moverse e incluso imágenes parpadeantes de su
cuerpo en la habitación. La distancia podía traspasarse, pero el cuerpo etéreo
seguía siendo una extensión del propio individuo y por tanto tenía limitaciones. Las
profundidades a las que llegaba aquella montaña negra en la Luna eran inmensas,
y la exploración estaba siendo demasiado extrema. El cuerpo etéreo de Gonzalo
sentía incluso cansancio, pues estaba estirando demasiado. Llegó un momento en
que no podía continuar. Se estaba ahogando con las profundidades, asfixiando su
alma astral con un viaje excesivamente largo. Se sentía difuso, como si estuviera
perdiendo solidez en su estado. Se vio obligado a frenar. A detenerse.
Quedó como flotando, deambulando con lentitud alrededor de la ancha
ladera del monte subterráneo. Las nieblas lo envolvían, pero en esta zona eran más
tenues. Como si la presión fuera al revés en esta parte. Era confuso, extraño.
Lunático. El cuerpo astral de Gonzalo se preguntó si no sería mejor volver arriba,
pero quería investigar un poco más. Su cansancio astral le impedía seguro bajando,
así que prefirió dedicarse a observar de cerca esa pared negra y primigenia. Aquí la
humedad disminuyó, y podía ver esto en la superficie de la roca oscura. Era menos
brillante, con las gotitas blancas más esparcidas y menos densas. Verdaderamente
estaba sorprendido por aquel descubrimiento. Eran minerales muy extraños. No
tenía manos de carne, pero se acercó energéticamente a la piedra oscura. Su vista
le ofreció un regalo, algo sorprendente. Unas marcas picadas en la propia pared.
Eran lineales y se cortaban entre sí. No parecía hecho por la naturaleza, ya que
estaban alineadas por igual y tenían el mismo tamaño. Estaban en fila,
acompañadas por otras líneas de inscripciones similares algo más arriba y abajo.
Parecían runas nórdicas, pero con una forma más ancha en unos sitios y muy finos
en otros. Como la escritura cuneiforme. Estaban a medio camino entre runas
europeas y escritura cuneiforme sumeria. Obviamente había sido inscrito por
alguien. No podía ser algo natural, ya que todos los patrones de las escrituras
terrestres se confirmaban. El cuerpo etéreo de Gonzalo tuvo una visión parcial. Una
imagen de seres gigantes y sin forma definida. Cuerpos que no era posible explicar,
pero con algo parecido a los ojos que lo miraron con interés. Fue un momento, una
visión corta. Casi una imaginación, posiblemente eso. Pero estaba en el Reino de
los Sueños, y aquí no había nada completamente falso. Siguió la estela escrita, y se
dio cuenta que ocupaba Gran parte de la montaña. Parecía bordearla. Se dio cuenta
que si bajaba más en el recorrido, si pasaba la línea de las runas lunares, perdía
fuerza y conciencia. Como si fuera un hechizo, un bloqueo. El lugar límite era la
inscripción. Lo intentó varias veces hasta que confirmó la idea.
Una especie de zumbido empezó a llegar, una fuente sónica leve y muy sutil,
pero el alma astral de Gonzalo podía percibirla de igual manera. Era un toque
monocorde, pero iba ligeramente en aumento. Algo le decía que debía prestar
atención, pues esto le afectaría. Las propias nieblas parecían más agitadas de lo
normal. Su nebulosas formas se revolvían con mayor rapidez, parecían como
fantasmas nerviosos. ¿Acaso lo eran? El propio Gonzalo se agito, notando que la
angustia empezaba a apoderarse de su conciencia, por muy expandida que
estuviera. Suavemente, pero en aumento. Se fijó en las inscripciones rúnicas.
Parecían más visibles, más fijas. Una especie de luminosidad o algún aspecto
cercano a la luz rellenó el hueco que eran las runas antiguas y extrañas. El poder
limitador que tenían parecía expandirse, pues el cuerpo etéreo de Gonzalo quiso
subir en altura, pero se veía ralentizado de la misma forma que cuando quería bajar
el límite de las runas. Algo le estaba frenando.
Ascendió, en la misma dirección que anteriormente. La montaña hundida y
hechizada emitía un poder extraño, y ahora podía comprobarlo con más capacidad
que antes. Un aura de fuerza salía de los poros oscuros y pétreos de aquella roca
gigantesca. El cuerpo etéreo de Gonzalo no sentía propiamente miedo, pero la
picazón de la incertidumbre y la duda le asaltó. ¿Qué estaba ocurriendo
exactamente, qué fuerzas estaba convocando? Puede que fuese buena idea volver
a su cuerpo de carne, en aquella habitación solitaria de España... De todas formas,
no lo hizo.
El zumbido iba en aumento, de forma progresiva. Cada vez más en aumento.
Las nieblas se agitaban aún más, hasta el límite que Gonzalo sentía estar en una
tormenta o algo similar. El poder era angustioso. De estar en un mar siniestro pero
tranquilo, había pasado a sentirse como un náufrago en una tempestad lunar y
onírica. Sentía que estaba perdiendo el control en su propio viaje astral. Siendo
secuestrado de su voluntad. La montaña ejercía un poder todavía más fuerte,
parecía que había una relación entre el zumbido y el aumento en el poder de la
montaña subterránea. Se manifestaba como filamentos oscuros que bloqueaban
al propio Gonzalo, drenando de energía a su cuerpo etéreo.
Consideró que sería buena idea intentar alejarse de la montaña, para
comprobar si así recobraba el poder sobre su propia conciencia. Con su visión
astral, podía ver los propios filamentos, extendiéndose en todas direcciones y
sirviendo de fuerza bloqueadora. Era como un aliento vomitivo, incluso parecía
manifestarse en el astral como una pertinencia a medida que cobraba mayor poder.
El alma de Gonzalo veía que alejándose de la Montaña, su autocontrol volvía, pero
el zumbido continuaba. Estaba todavía en medio de esa tormenta grotesca,
intentando sobrevivir sin tener nada a lo que agarrarse. Intentaba retomar mediante
su conciencia la visión de su cuerpo en la cama, intentando retraer ese recuerdo
para no perderse en las mareas grisáceas de ese mundo horripilante y extraño. Pero
solo conseguía fugaces visiones, momentos interrumpidos de remembranza de sí
mismo. El zumbido aumentó, ahora cambiando su sonido. Se estaba volviendo más
grave, parecido al ruido de un serrucho cortando madera. El alma astral de Gonzalo
seguía bloqueada en medio de las nieblas tormentosas. Sentía que algo estaba
“llegando” de la misma forma que una ola llega después de que el mar se retraiga.
La intuición de Gonzalo era dudosa, pues no tenía claro que es lo que estaba
llegando. Pero una cosa sí era innegable. Era algo grande.
Después de unos momentos indefinibles, la conciencia astral de Gonzalo
sintió que el sonido se detenía. Un hueco se hizo presente, una ondulación vacía en
el Éter. Parecía el origen del zumbido y la tempestad, pero resultó no ser así. El vacío
mudo pasó, como el presentador de un monstruo. Entonces fue cuando apareció
el creador del zumbido, su padre.
—¡Intruso! Vienes del Mundo Joven hasta el Reino de Polvo y Frío, entrando
sin respeto ni motivo. No nos gusta que los tuyos pisen esta patria. Tenemos
avisados a muchos en tu mundo, de que no permitan viajes a nuestra tierra gélida y
plateada. Aquí no hay nada para ti. Vuestra curiosidad puede despertar a las Cosas
Oscuras y, aunque seáis almas pequeñas, el ruido que hacéis las molestará. ¡Vete!
—la voz vino desde todos los lugares, más una onda de palabras que una boca con
labios que pronuncian.
El alma astral de Gonzalo se vio sobresaltada y no comprendía que estaba
ocurriendo verdaderamente. Aquella voz imperiosa la invadió, pero ninguna forma
concreta podía adivinarse como su emisor. Solo una figura vaga y incorpórea. Las
nieblas parecían frenarse, pero detrás de ellas unas sombras gigantescas se
movían. Solo de vez en cuando, Gonzalo podía ver unos destellos azules parecidos
a los ojos de un gato. Se movían junto a las sombras, como la mirada observadora
de un chacal cósmico. El propio Gonzalo decidió que aquellos filamentos azules
serían los ojos de la cosa que hablaba, mas por equilibrar su mente que por
considerar que esas esferas extrañas eran ojos de verdad.
—¿Qué eres, qué ocurre? Discúlpame, pero no conozco a las Cosas
Oscuras... —respondió la conciencia astral de Gonzalo, intentando comprender a
la monstruosidad gigante.
Esta parecía enfadada.
—¡Ni siquiera pronuncies sus nombres! Puedes llamar su atención... Las
almas grandes de tu mundo están avisadas de que no deben dejar venir a curiosos
como tú. Los viajes aquí están prohibidos —sentenció el gigante de la niebla. El
alma astral de Gonzalo no entendía nada, pues nunca había conocido a ninguna de
esas almas grandes ni a eso que llamaba Cosa Oscura y que tan nefasto era
pronunciar. Era el primer viaje onírico a la Luna que había hecho, al menos que
recordara. Además, llegó sin saber como. Estaba siendo acusado de un delito que
nunca quiso cometer ni ser consciente de que era una prohibición.
—¿Qué eres? —preguntó.
La cosa invisible de ojos azules calló durante unos momentos que
parecieron eternos. Las nieblas iban a volvían, envolviendo en unas grisáceas
mareas de confusión y horror.
—Somos los Guardianes Estelares. Nuestra raza es antigua, y hemos pasado
por las fases de la carne hace muchísimo tiempo. Ahora protegemos desde nuestra
sustancia cósmica. Vemos y oímos, con la facilidad del pensamiento. Vosotros, las
almas pequeñas no conocéis nuestra presencia salvo por intuiciones y pulsiones,
sueños y visiones de difícil comprensión. Guardamos aquí, en el Reino de Frío y
Polvo... —la voz de aquel ser era mil voces, pero su esencia era una.
—¿Protegéis lo que hay en la Luna de nosotros? —quiso saber Gonzalo.
Las nieblas parecieron ralentizarse en este punto. El ser disminuyó su
movimiento, y una sombra oscura cobró cierta definición. Los destellos azules se
agrandaron, como si estuviera acercándose.
—No. Os protegemos a vosotros, de lo que hay aquí...
Un tornado de golpes insustanciales. Una marea gris, negra y azul, rodeando
al cuerpo sutil de Gonzalo. Lo invadió, dejándolo a su merced. Una sensación de
angustiosa incapacidad. No tuvo voluntad durante el asalto, pero si conciencia.
Aquella cosa lo removió como su fuera un muñeco. El hilo de plata que separaba al
alma astral de Gonzalo de su cuerpo en la Tierra fue acortado con una fuerza
cósmica. La conciencia de Gonzalo no siquiera había perdido de vista las nieblas
grises cuando ya había vuelto a su cuerpo de carne. Las palpitaciones y el miedo se
apoderaron de él, que perdió totalmente la comprensión de su situación. Creía
estar todavía en el astral, pero abrió los ojos y veía su techo y sentía su cuerpo. La
vuelta a su sustancia física había sido desastrosa y traumática.
—¡Eh! ¡Eh! —balbuceaba cosas que ni siquiera eran palabras.
Después de unos momentos de confusión y pérdida de la identidad, Gonzalo
recobró el sentido con dificultad. Su corazón palpitaba, su cabeza daba vueltas y
tenía un frío inexplicable. Estaba tapado con las mantas pero sentía que había
estado en medio de una tempestad horrible. No sabía lo que había ocurrido, pero
tenía grabado a fuego en la mente la imagen de las tormentas grises y unos ojos
azules de horror y antigüedad. Se puso sentado en el borde de la cama, pero su
cuerpo estaba frío y tembloroso. Se echó las mantas encima, extrañado por la
tremenda pesadilla que acababa de experimentar. Su pulso se relajó cuando volvió
a su conciencia plena. Las imágenes de la tormenta gris y los ojos azules todavía
estaban en su cabeza, pero ahora se dio cuenta de que solo eran las proyecciones
sin importancia de un mal sueño.
—Voy a tomar una manzanilla —dijo sin saber a quien.
Se dirigió a su cocina, preparándose una cálida manzanilla para intentar
relajarse y preparar su cuerpo para descansar mejor. La pesadilla lo había dejado
parcialmente desequilibrado, y la bebida caliente le ayudaría a encontrar
relajación. Sentado en la silla y mientras oyendo los fuegos preparando la
manzanilla, Gonzalo sintió como algunos recuerdos confusos venían a su mente.
Varias noches anteriores también había tenido experiencias semejantes,
despertándose en mitad de la noche con imágenes de tierras extrañas en su
memoria. Quizás era algo médico, pensó. O simplemente estrés. La verdad era que
necesitaba tratar el tema, pues cada semana al menos una noche se despertaba
de esa manera. A lo largo del día, no volvía a tener sensaciones semejantes y
tampoco eran exactamente pesadillas, pues entonces recordaría la experiencia
con cierta integridad. Eran como sueños raros, que duraban en su recuerdo unos
minutos, para luego desaparecer como fantasmas. Gonzalo había tenido muchas
noches de desvelo de ese tipo, pero no podría definir exactamente qué ocurría. Todo
quedaba sepultado por la conciencia. A lo mejor la mejor decisión era no darle más
vueltas. Consideró eso muchas veces, pero también debía reconocer que en
ciertas ocasiones de soledad y silencio, visiones de reinos extraños y cielos violetas
venían a su mente. Eran como los destellos de una vida pasada. Sentía curiosidad
de por que ocurría aquello, pero era demasiado difuso para poder investigarlo.
Como tesoros en un océano, olvidados pero no por ello inexistentes.
Su manzanilla acabó de calentarse, y Gonzalo fue a por ella. La taza estaba
caliente pero la cogió por el asa para no quemarse los dedos. El humo salía de la
superficie del agua, y uno de esos destellos fugaces asaltó a Gonzalo. Fue un
segundo, menos de un segundo. Nieblas grises y aplastantes lo arrollaban y él se
perdía en sus paredes plateadas e insustanciales. Fue tan poco tiempo que no
siquiera mereció el título de recuerdo, pero dejó una impresión grande en Gonzalo.
Casi se le cae la taza, y unas gotas de la hirviente manzanilla cayeron al suelo. El
adormilado Gonzalo colocó la taza llena en la mesa de la cocina y luego limpió las
gotas derramadas del suelo. Se sentó tranquilo por fin, y disfrutó de su bebida, con
solo la luz de la cocina encendida. Solitario en medio del silencio de la noche muda
y azabache.
Dio sorbos a la taza, sintiendo el agradable calor de la suave bebida caer por
su garganta. Era reparadora y relajante. Dejaba la mente tranquila y los músculos
destensados. Un tic comenzó en el bíceps de Gonzalo, palpitando con pequeños
espasmos. Era casi gracioso, pero duró poco. Gonzalo se bebió la manzanilla en el
silencio de la cocina. Cerraba los ojos y perdía sin darse cuenta la noción del
tiempo. Tenía que madrugar, así que debía aprovechar cada minuto de descanso.
Obviamente, la pesadilla le impidió continuar su tiempo para dormir. Pero no podía
controlarlo, así que la manzanilla le ayudaría. Sentía que su mente estaba lo
suficientemente despejada y tranquila para retomar el sueño. Pidió a Dios, en la
intimidad de su interior, no volver a tener una pesadilla. No quería arrastrar todo el
día el mal descanso.
Antes de meterse en la cama, miró el balcón. Estaba entreabierto, podían
verse las luces de la ciudad y las escasas nubes. Justo cuando lo estaba
observando, un destello de la luz de la Luna llegó hasta el cristal del balcón. Era
hermoso, como un obsequio de plata caído desde los mismos cielos. A Gonzalo le
entraron ganas de observar la platina compañera del Sol. Salió al balcón, silencioso
y llevado por una curiosidad un poco infantil. Agarró los hierros del propio balcón,
fijándose en ese ojo blanco que cambiaba de forma varias veces al mes.
—Es como un hechizo... —dijo a la nada, para luego reírse por lo bajo.
Fue un instante, un fugaz momento. Pero Gonzalo tuvo la sensación de que
algo se movió en la Luna. Parpadeó varias veces y se restregó las manos por los
ojos. Le lloraron lagrimillas involuntarias. Fue algo extraño, menos que una visión
pero algo más que un pensamiento imaginado. Se secó las gotas que cayeron de
sus ojos, y quiso comprobar si lo que vio fue simplemente una alucinación.
Nuevamente puso su mirada en el plato gris y luminoso, cuya energía era tan
atractiva como hipnótica. Esperó unos momentos, a ver si lo que vio fue verdad o
un simple destello de confusión.
Nada.
—Será el sueño —pronunció, sin saber exactamente si se lo decía a sí mismo
o a la propia Luna...
Se fue a la cama, con un runrún en la cabeza. La relajación que consiguió
con la manzanilla casi se extingue. Pero serenó su pensamiento. Lo de la Luna fue
una tontería. Simplemente tenía sueño y había sufrido una pesadilla. Echó su
cuerpo agarrotado en el colchón. Estiró sus músculos, produciendo un nuevo tic en
su bíceps. El espasmo duró un poco más en esta ocasión, palpitando el músculo
de Gonzalo. Lo incómodo, pero prefirió dejarlo atrás para encontrar de una vez el
sueño. Respiró con lentitud, buscando la relajación de su cuerpo. Poco a poco, el
manto del sueño empezó a cubrirlo, dejando atrás los pensamientos conscientes.
La imagen de la Luna seguía plasmada en su mente, y en el tránsito hacia el Reino
onírico, permaneció en su visión central. Tanto fue así que cuando se quedó
dormido, la imagen de la Reina de la Noche se quedó fija delante de él. Como una
moneda, un ídolo. Una diosa. O una patria a la que volver.
—No lo olvidé —dijo el cuerpo astral de Gonzalo, volviendo a su conciencia
onírica. Seguía teniendo a la Luna delante, pero lejos.
El satélite platino se hizo más grande, mucho más grande. El cuerpo etéreo
de Gonzalo estaba en un interregno entre la Tierra y la propia Luna. Estaba hablando
con algo que no podía definir. La cosa estaba callada, pero Gonzalo sabía que lo
oía.
—Déjame mantener los recuerdos cuando vuelvo a la carne —dijo. A medida
que transcurría el viaje onírico la Luna aumentaba de tamaño.
El disco de plata se hizo muy grande, tanto que parecía tocar la tierra. El
cuerpo etéreo de Gonzalo estaba como flotando en medio de ambos reinos. Ahora
podía ver con más definición las tierras blancas y nebulosas de la Luna. Sabía que
el Guardián Estelar era quien estaba manejando los hilos de este sueño. Era un ser
muy poderoso para poder operar de esta forma. Sin decir palabra fue haciendo que
Gonzalo se fijara en una zona concreta de la Luna. Era un cráter gigantesco, de
tamaño oceánico. Estaba envuelto en unas nieblas grises y sinuosas, como las
ondulaciones de un mar de plata. La conciencia astral de Gonzalo, extendida y
diferenciada de su identidad en la carne, recordó aquel mar de nieblas.
—Aquí es donde estaba la montaña con las runas —dijo, sabiendo que el ser
cósmico lo estaba oyendo perfectamente.
Entonces fue arrebatado de la Tierra, viajando a la superficie de la Luna sin
ni siquiera quererlo. Sabía que aquel salto cósmico fue obra del Guardián, y le
desagradó que tuviera tales poderes. Lo había transportado a través de una
distancia imposible con un solo pensamiento. Esto, incluso estando en el plano
astral, era una exageración. Verdaderamente aquellos eran seres antiguos y
poderosos, dueños de una fuerza que iba más allá de la comprensión humana.
Gonzalo, o mejor dicho su cuerpo etéreo, se quedó flotando por encima del océano
de nieblas. No pudo hacer nada hasta que el miedo le hizo empezar a desesperarse.
En ese momento, como percibiendo su emoción angustiosa, apareció la voz del
Guardián.
—Estás sobrepasando los límites —la voz parecía apresarlo todavía más.
Intentó despejar su miedo.
—Solo quiero recordar cuando estoy en la carne, hay mucha ignorancia en
mi mundo —respondió el alma astral de Gonzalo.
La cosa cósmica le dejó libre de su prisión invisible. Gonzalo pudo moverse
por el astral de la Luna con mayor facilidad. Se dirigió al mar de nieblas, pero está
vez no entró. Observaba como sus olas a medio camino entre lo líquido y lo gaseoso
se movían y retorcían. Aquellos tiburones insustanciales parecían estar ahí, y el
cuerpo etéreo de Gonzalo y sus sentidos expandidos pudieron percibirlos. Eran
depredadores en un reino donde el miedo y la angustia eran carne y alimento.
Gonzalo palpó, amagando y rozando, la superficie de las aguas niebla. La voz del
Guardián volvió de nuevo.
—Quieres encontrar la montaña hundida, redescubrir las runas... Esa
hechicería no debe ser conocida por almas pequeñas —en esta ocasión su tono
parecía menos terrible.
—¿Hechicería? —preguntó Gonzalo, sin saber hacia donde mirar. Aquel Ser
no aparecía por ningún sitio.
—Sí. Esas son las llaves que mantienen encerrada a la Cosa Oscura bajo la
montaña hundida. Tú no debes conocer los Sellos, pues podrías invocar cosas que
no puedes comprender. Por eso a veces olvidáis, cuando volvéis a la carne. Porque
solo algunos sois sabios —respondió el Guardián Estelar.
La conciencia astral de Gonzalo comprendió. Pero era demasiado
exagerado, demasiado dramático el tener que olvidar para proteger al mundo de las
Cosas Oscuras.
—¿Tan poderosa es esa hechicería, tan terribles son las Cosas Oscuras? —
la curiosidad de Gonzalo pareció incomodar al Ser cósmico.
Con los sentidos que no posibles definir, El alma astral de Gonzalo percibió
que el Guardián Estelar se movió, como una serpiente gigante e invisible, pero que
deja su rastro en el plano sutil. Las nieblas se agitaron más y el miedo de Gonzalo
aumentó. Una fuerza palpitante y extraña pareció transmitirse desde el fondo del
mar de gris. Un momento después, la voz y la presencia del Guardián, aparecieron
de nuevo.
—Cosa curiosa... Todavía no entiendes. Ahora podrás vislumbrar una parte
de las Cosas Oscuras que aguardan bajo los montes hundidos y las tierras del Reino
de Frío y Polvo. Solo así abandonaras tú deseo irresponsable. Esto que vas a ver ha
sido gracias a mi poder y el de mis hermanos, pero debes entender que solo lo hago
para que desistas en tus intenciones. Si consigues descifrar las Runas y las llevas al
mundo de la carne, pondrás en peligro el equilibrio que de forma invisible nosotros
mantenemos. Una pequeña acción y el uso de poderes incomprensibles por parte
de almas pequeñas y no preparadas, tiene unas consecuencias terribles —el aviso
del Guardián Estelar fue serio, y después de emitirlo, el alma astral de Gonzalo se
sintió trasportada a otro lugar imposible.
Vio unas rocas de fuego y humo, unos pasillos demasiado grandes para los
seres humanos. Vio, con el ojo invisible de su mente, símbolos esotéricos antiguos
y poderosos, que le hicieron daño solo con observarlos. Al final del terrible viaje,
una puerta gigante de materiales que no eran comprensibles. Entonces se abrió,
solo lo justo para que Gonzalo viese. Y entonces vio, vio y oyó. La forma y el sonido
de la locura.
Gonzalo se despertó temblando y gritando. Frío, miedo y desesperación. Su
corazón palpitaba tanto que sintió que moriría de un infarto. Fue tal el impacto que
cayó de la cama. Sudores fríos y las piernas temblorosas. Sus ojos desenfocados
no podían ver bien. Necesitó unos minutos para centrarse medianamente. Una
imagen y un ruido le marcó la mente y el alma con los sellos de un fuego brujo. La
última visión de su pesadilla era una mezcla de todos los monstruos y demonios
que aparecen en las mitologías de mil culturas diferentes, y lo que oyó fueron las
maldiciones de cien generaciones a lo largo de la Historia, reunidas en una sola
frase. Lloró, pidiendo a los Señores del Sueño no volver a experimentar lo que
experimentó, renunciando a cualquier conocimiento con tal de no volver a ser
testigo del Horror...
PATROCINADOR OFICIAL:

Crea tu propia página web con Webador